Queridos hijos, confiad en el Señor y todo terminará bien para vosotros. No temáis. Cuando todo os parezca perdido, la Victoria de Dios vendrá para los justos. Amad y defended la verdad. No permitáis que el demonio venza. Pertenecéis al Señor y sólo a Él debéis seguir y servir. Dedicad parte de vuestro tiempo a la oración. Sólo con la fuerza de la oración la humanidad sanará espiritualmente. Arrepentiros y reconciliaros con el Señor por medio del Sacramento de la Confesión. Vuestra arma de defensa contra los enemigos de la Iglesia será vuestra fidelidad al verdadero Magisterio. Aquellos que aman y defienden la verdad beberán el cáliz amargo del sufrimiento. Muchos consagrados serán impedidos para ejercer sus funciones y el dolor será grande para los fieles. Buscad fuerzas en la Eucaristía. No os olvidéis: En las manos el Santo Rosario y las Sagradas Escrituras; En el corazón, el amor a la verdad. Yo os amo y estoy con vosotros aunque no Me veáis. Adelante sin miedo. Este es el mensaje que os transmito en nombre de la Santísima Trinidad. Gracias por permitirme reuniros aquí una vez más. Os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Quedad en paz.